"La siguiente es una crónica realizada por mi persona en 5 semestre la cual quisiera compartir con los lectores de este Blog"
Edgar Rojas, Administrador de empresas de profesión se encarga del mantenimiento correctivo y preventivo de la red de fibra óptica de TELECOM a lo largo y ancho del país exponiendo su vida en las zonas más conflictivas de Colombia.
Un día entre redes telefónicas
Por Juan Sebastián Rojas Moreno
Son las 3 de la mañana del sábado 18 de noviembre de 2006. A esta hora mucha gente duerme. Mi papá, Edgar Rojas, y yo, nos disponemos a emprender un largo y peligroso viaje hacia la ciudad de Florencia en el Caquetá. Es una madrugada bastante calurosa en la ciudad de Neiva en el Huila, pero el deber es el deber y aunque es domingo, nos toca levantarnos para ir a trabajar.
El baño es duro y el agua penetra los huesos de manera escalofriante y el desayuno en la cocina de la casa es iluminado por un pequeño bombillo que ameniza el pan y el café que mi papa preparo para salir.
A las 4 de la mañana ya vamos rumbo a esta zona del país que se caracteriza por su conflicto armado y por la fuerte presencia de grupos al margen de la ley, al salir de la casa nos sentamos en el carro que con sus sillas frías alentaba mas a la pereza, ya adentro del carro encontré tres personas más que trabajan con mi viejo en el mantenimiento de redes telefónicas para TELECOM a nivel nacional, Jesús alias “chucho”, José y Pedro, con ojos de cansancio pero con todas las ganas de empezar a trabajar.
El camino comenzó, la ciudad se empezó a difuminar entre la espesa selva y solo de vez en cuando se lograban ver pequeñas casas en medio de la nada y cuatro horas mas tarde, aparece el primer problema, un derrumbe en la vía que conduce de Neiva a Florencia, atrasa el paso, con al camioneta detenida el sol calentaba cada centímetro del vehículo y solo 15 minutos después de detenernos la policía de carretera da paso a unos pocos vehículos. Luego la larga fila que había formado se acortaba ya que parecía que la vía se había restablecido.
Más tarde, en la mañana, llegamos a nuestro destino, un pasaje totalmente nuevo, dentro de la selva apareció Florencia, llena de gente y de alegría, sus calles envolvieron el viaje con su alegría. El regetón adorna las tiendas en las que la gente toma cerveza en el comienzo de una calorosa mañana. Los andenes miden más de 70 centímetros de alto y esto para evitar que las casas y los negocios se inunden en épocas de lluvias y como siempre la Toyota Hilux despertaba suspicacias por donde pasaba. En ese momento lo primero que me dijo mi papá es que en este lugar hay que tener mucho cuidado de que se habla y con quien se habla “porque uno nunca sabe que pueda pasar”.
“Aquí le tienen tirria a las empresas que vienen de fuera y más si forman o formaron parte alguna vez del Estado. Nosotros simplemente nos encargamos de hacer nuestro trabajo y no molestamos a nadie, por el contrario, tratamos de hacer lo mejor para que la gente tenga una buena forma de poder comunicarse sin ningún tipo de inconveniente” afirma con tono fuerte y sincero Edgar.
Después de atravesar la ciudad, me di cuenta de la cultura desconocida que hay se encontraba, la gente, y casi al final de Florencia la comida de la plaza de mercado, adornada por su gente en pantaloneta y chanclas y mientras porque no un buen caldo de pescado antes de trabajar para llenar el cuerpo de energías, mientras que por el frente de nuestra mesa pasaban los vendedores ofreciendo todo tipo de peces y con todo tipo de olores, agradables y desagradables, mientras llega la hora de partir al sitio de trabajo.
Terminada la comida, arrancamos de nuevo. Luego de pasar una espesa parte de selva que tapaba con las copas de los árboles el sol llegamos a un camino delgado por el cual solo cabe un carro. Una trocha se poso ante nuestros ojos y poco a poco empezamos a atravesarla con el carro por una interminable fila de huecos y de charcos de lodo que hacían pensar lo peor.
De repente mientras el carro avanzaba una de las llantas traseras intempestivamente comenzó a patinar derrapando y sacando lodo por todos lados pero gracias a la fuerza inimaginable de la doble que tienen estos vehículos 4X4 logramos salir del atasco para después llegar a nuestro punto de trabajo.
Lo primero que se hace al llegar es analizar la zona y el área en busca de animales peligrosos que puedan dañar a alguien y para sorpresa de nosotros justo encima de la cámara una serpiente pitón se posaba en la tapa como retándonos porque se iba a interrumpir su descanso.
Justo a su lado la otra tapa de la cámara, destapada dejando ver parte de las redes de fibra óptica, entiéndase cámara como el sitio en el que se reúnen los trazos de cable de la fibra óptica para unirse con otros y así continuar su camino, ubicada a 20 minutos del inició de la trocha por una carretera totalmente dañada y sin pavimento.
Al destaparla, ¡oh sorpresa¡ lo que mi papá y su equipo de trabajo se imaginaban, un corte de la red de fibra óptica hecho, según ellos, con un machete por alguno de los lugareños de la zona, por dentro (de la cámara) los cable absolutamente cortados y maltratados.
“Este tipo de inconvenientes se ven todos los días puesto que la gente destapa las cámaras en búsqueda del cobre que envuelve el cableado de la fibra, para así venderlo en el mercado negro como material reciclado” afirma Chucho, uno de los “manes” que trabaja con mi papá.
Es la 1 y 40 de la tarde bajo el sol y la fuerte humedad el trabajo comienza, lo primero que hacen es evaluar el daño, dentro de la cámara para eso José entra y mira la mejor forma de cómo poder repararlo. Parece que el daño es grave y los cables están muy cortados.
En estas circunstancias el trabajo de unir los cables “a mano limpia” sería imposible, puesto que un solo conducto de fibra óptica posee en su interior la maravillosa suma de 9500 cablecitos que comunican todo tipo de redes de información. Difícil. Pero es el momento en que aparece la que ellos llaman “la salvadora”, una maquina que empalma (entiéndase en términos coloquiales la que une cable por cable y los deja a todos listos pa´ funcionar). Y que Chucho saca del platón de la camioneta dentro de un maletín plástico amarillo resguardada con el más profundo de los sigilos.
Para mi papá y sus compañeros es un alivio poseer esta maquinita que en el mercado puede tener un costo superior a los 150 millones de pesos debido al gran trabajo y a la eficacia con que lo hace. Por esto, ellos solo se dedican a alinear el cableado, tomando cable por cable encima de una mesa blanca acomodándolos color por color, con un pulso de relojero Chucho se encarga de hacerlo mientras dentro de la cámara mi papa y yo limpiamos y cortamos con bisturí los restos de cable que ya no sirven, algo que duro dos horas para así dejar que “la empalmadora” se encargara del resto.
Cuando la maquina empieza a funcionar la cara de alegría se nota en el rostro de todos ya que se ha hecho mas de la mitad del trabajo, sin mas remedio este aparato junta cable por cable y con una presición total los une envolviéndolos de nuevo en cobre para quedar listos para trabajar. Perfectamente listos quedan los cables y dentro de la cámara solo se escuchan risas mientras se vuelve a meter el cableado en el hueco para dejarlo listo para cerrar la tapa, mientras con un trapo sigo limpiando por dentro para dejar todo en muy buen estado.
A las 4 y 45 de la tarde el sol ya empieza a esconderse y a bajar su intensidad, pero debíamos estar preparados. A esa hora aparecen unos diminutos animalitos que en jerga popular se les llama “jején”, mal momento de aparecer para estos moscos, rápidamente medias de fútbol en los brazos y pasa montañas y chaquetas gruesas empiezan a cubrir nuestro cuerpo sin importar el calor, también con velos de tela gruesa que evitaran que estos fastidiosos bichos nos coman literalmente vivos así toque acalorarnos con la ropa.
A pesar de la protección de más de medio centímetro de espesor, se siente como el aguijón de estos insectos penetra la protección y la ropa llegando hasta la piel cortándola para conseguir un poco de sangre humana caliente. Gracias a Dios la máquina faltando diez minutos para las seis de la tarde acaba su trabajo, y cubiertos hasta la cabeza aún más felices nos ponemos todos porque el resto tapar de nuevo la cámara, como diría mi papá “lo que falta es papita pal loro”.
Este trabajo tomo unos 30 minutos, mientras se cierra todo y se deja listo para reportar por Avantel la comunicación directa a Bogotá que el problema del Corte en la red ya había sido solucionado y gracias a Dios sin ningún inconveniente.
Aproximadamente a las 6 y 40 ya estabamos montados en la camioneta, “mamados, con un filo el hijuemadre”, con las manos cortadas y raspadas por las ramas y con una que otra roncha que el jején nos había dejado pero contentos porque gracias a Dios la labor se había hecho.
La trocha de vuelta se hizo fácil y desde un principio la camioneta la pasó como si nada y Pedro el conductor no vacilo en poner la doble para no tener ningún inconveniente. Ya, sin mas remedio mis ojos empezaron a cerrarse, adormeciéndome por las montañas y las pequeñas casitas que a la horilla de la carretera había y recostado en el hombro de mi papá el sueño me gano y como si me hubieron pegado con un bate de esos de Baseball quede en un profundo Knockout.
No hubo tiempo para parar, le dimos derecho hasta Neiva, a las 11 y 30 de la noche estabamos de regreso en Neiva, ya llegamos dijo mi papá, me desperté, me despedí de Chucho, de José y de Pedro no sin antes darles las gracias de haberme permitido acompañarlos y con una sonrisa los tres dijeron “fresco chino y por acá siempre a la orden” apretando fuertemente la mano de cada uno.
Como todo un hombre responsable el viejo dijo “comemos algo en el terminal y te vas para Bogotá” con un tono de tristeza en sus palabras y con nostalgia por tener que dejarlo por allá hicimos lo que había dicho y un tamal y una gaseosa comimos saciando nuestra voras hambre mientras salía la flota y viendo pasara la gente que como los dos se les podía notar el cansancio en la cara.
Por supuesto me devolví para Bogotá, empecé a subir en esa flota gigantesca dejando parado en la puerta de la sala de espera a mi viejo con lágrimas en los ojos de ambos y con la maleta en mi mano apretándola por no llorar y por no dejar ver con agua mis ojos, poco a poco el bus se alejo y en la oscuridad de la noche opita perdí de vista a mi papá, para dejar en Neiva un grupo de “manes” tan verracos que hacen lo que sea para tener bien a sus familias y que a pesar del amor, esta dispuestos a verlas 6 veces al año, para que ellos estén bien y que nunca les falte nada a pesar de los sacrificios y los esfuerzos que tengan que hacer.